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08 marzo 2021

Siempre tuve suerte con las mujeres

Como alguien inventó el Día Internacional de la Mujer, reciclo acá un texto de hace 4 años, en el que hablo de mis mujeres internacionales, para quienes dedico mi afecto por 365.25 días al año.

Que sea el tiempo presente, pues es menester empezar por algún lado: cada día comparto mesa, sillón y lecho con una mujer que, sin cesar, marca hitos de afecto, lealtad, principios, conocimiento, dedicación, magisterio, investigación... Y una sonrisa como ninguna: franca y dulce, que lleva a donde vaya, desde las alturas de Pasco y Junín hasta los más remotos rincones de Misuri, pasando por las manyattas Masái, las comunidades bolivianas, los agricultores de Bengala occidental, o los salones académicos de tantos lugares del mundo, sin muestra alguna de arrogancia ni de humildad ensayada, sentimientos cuyo ejercicio ella no comprende. 
 
De ella, la hija ha heredado el ejemplo, que es mucha cosa: sola contra un mundo que no deja de ponerle obstáculos, la niña de ayer siempre tuvo que lidiar con cosas nuevas: de muy pequeña, recién vuelta al lugar donde nació, su lucha por comprender un idioma que no conocía y en el cual hoy es ella docta, o doctora para más precisión. Mientras crecía, iba enfrentando una cultura en la que su padre, especialmente, no era muy hábil, ella siempre avanzando con un carácter notable e igualmente leal, principista y luchadora.
 
Ahí están también las tres hermanas de toda la vida (ella era una santa, cantaría Gardel, pero de la santa me ocupo en seguida), tres mujeres distintas excepto en su increíble valentía y gracia para navegar por un mundo cambiante que no se parecía en nada al nido protector donde crecieron, nutridas, siempre, por otras mujeres. La hermana primera, madre de dos hijas y cuatro hijos, sacándolos adelante, por muchos años ella sola, y todo el tiempo trabajando por salario, trabajando por justicia en sindicatos y calles y, por supuesto, siendo madre infaltable. La hermana segunda que, por décadas y desde muy joven, asumió con enorme cariño la tarea de ser la columna vertebral de la familia, siempre lista para todo, siempre presente con su entusiasmo y vitalidad y con una generosidad literalmente sin límites. La hermana tercera, ausente prematuramente, vivió por justicia y equidad, sin dejar en el camino a ningún afecto previo: en su despedida, en el año 2000, las lágrimas de sus amigas de la infancia se mezclaban con las de maduros políticos y dirigentes sindicales, correligionarios y opositores, músicos y artistas, para rendir homenaje a una mujer que nunca dejó que las mezquindades propias de la política afectaran su alma limpia y luchadora, como ella escribió en Entre el amor y la furia, sus crónicas y testimonio. Tengo una cuarta hermana, mayor, que falleció hace algunas semanas, y a la que vi apenas unas pocas veces en mi vida: ella también fue excepcional, pues enviudó joven y sacó adelante a sus seis hijos, dos mujeres y cuatro hombres, cuyas vidas son un testimonio indiscutible de su carácter. 
 
«Ella era una santa», dice el tango «Silencio». Es la madre, pero no fue santa de vestir santos solamente. Huérfana de padre desde los seis meses de nacida, creció entre mujeres que tenían que haber sido fuertes en el Perú de hace cien años, herederas de tierras y prejuicios que mantuvieron una mezcla de dignidad frente a sus pares y arrogancia atávica hacia los demás, todo mientras su anticuado mundo se hacía trizas, pero siempre dándonos libros para protegernos. Creciendo en un universo cambiado, mi madre empezó a trabajar por un salario a los 45 años, de maestra escolar, mientras en los veranos estudiaba para sacar el título oficial de maestra. Todo eso para que a sus hijos no les falte nada, especialmente educación. La madre era mujer que raramente se enfadaba, dueña de un humor que por fino nunca dejó de ser sarcástico, incapaz de proferir insultos y enemiga del chisme. Amigos la recuerdan siempre como digna y sencilla, como una mujer dulce y tremendamente inteligente. Yo la recuerdo y sonrío. 
 
La familia sigue creciendo con mujeres fuertes y cabales: las sobrinas, ya madres, han heredado tibieza, carácter y decisión, así como independencia. Los sobrinos han igualmente buscado y hallado mujeres excepcionales para compartir vida y familia.

Tengo amigas, varias más queridas que el mejor de mis amigos: están en latitudes diversas, pero todas pertenecen a esa raza que tanto admiro: mujeres fuertes, trabajadoras, independientes (lo que no implica soledad), inteligentes, principistas, todas con una extraña cualidad: me soportan. Algunas incluso son parientes. ¡Y las veo tan poco! 
 
Les ruego a todas y cada una que acepten este pequeño e imperfecto recuento. Y todo mi cariño y admiración.

Sí, siempre tuve suerte con las mujeres.

(Suelo rechazar los días arbitrarios en los que se nos obliga a festejar o conmemorar gentes y acontecimientos, pero esta vez sentí una necesidad muy fuerte de decirles a todas cuánto aprecio la suerte de tenerlas.)

Texto escrito el 8 de marzo del 2017