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19 agosto 2025

Alejo Martínez Lira (Jauja, 1786-1863). Un recuento de su vida

Resumen

Alejo Martínez Lira (Jauja, 1786 - Jauja, 1863) nació como súbdito español y, al igual que muchos otros españoles americanos, se unió a la causa independentista, en la que tomó parte activa, con seguridad desde 1820 —probablemente antes— hasta 1826, cuando pasó a servir a la nueva república en cargos diversos en su ciudad natal. En Jauja se le recuerda como prócer de la independencia, y fue quizás el jaujino más involucrado en la gesta libertadora. En este artículo se repasa su vida y sus contribuciones que tienen bases documentales conocidas, sin que esto signifique que no pueda haber otras formas en las que Alejo Martínez haya participado antes, durante, y posteriormente a los tumultuosos años de la primera mitad de la década de 1820. 

Alejo Martínez Lira
(Fotografía restaurada a partir de
la que aparece en Ugolotti, p. 17)


A modo de prólogo

Quien esto escribe es descendiente de Alejo Martínez Lira, lo que inmediatamente sugiere que el texto estaría teñido de una comprensible, quizá ineludible, subjetividad. La intención principal de este texto es mostrar no solamente sus actos militares, sino también indicios de su larga vida en la comunidad jaujina. Para esto, se ha tomado como punto de partida las referencias documentadas que Humberto Ugolotti Dansay incluyó en su libro Alejo Martínez: prócer de la independencia nacional (Lima, 1928)[1]. La fuente principal de los documentos facsimilares que muestra Ugolotti fue el Museo de Historia Nacional; esos documentos probablemente aún existan en los archivos nacionales.

A las referencias de Ugolotti, se añade acá un buen número de otras fuentes, casi todas provenientes de archivos y libros disponibles en Internet, donde hay datos que muestran el trajinar de Alejo Martínez, especialmente en el periodo 1820-1825, los años críticos de la independencia del Perú. Respecto a su vida en Jauja, los libros parroquiales muestran que era muy apreciado como padrino. También ejerció cargos políticos como gobernador y recibió otras comisiones gubernamentales, incluso cuando ya era una persona de edad avanzada.

En este artículo no se ha incluido referencias a los textos más conocidos que se ocupan de Alejo Martínez, pues ellos parecen depender más de la tradición oral (cuya validez no puede ser, a priori, descartada ni confirmada) que de fuentes documentales (véase, al respecto, los artículos del historiador Carlos Hurtado Ames[2] acerca de la declaración de la independencia en Jauja).

La descendencia de Alejo Martínez tuvo fuerte tradición militar. Nietos suyos participaron como oficiales en la guerra del Pacífico (1879-1884), donde por lo menos cuatro de ellos perdieron la vida combatiendo, y otros sufrieron prisión o fueron heridos en batalla. Esa tradición militar ha persistido hasta bien entrado el siglo XX: tres de sus descendientes, nacidos en Jauja, estuvieron presentes en el conflicto con el Ecuador en 1941.

Vida resumida

Alejo Martínez Lira es bautizado en Jauja a principios del año 1787, de seis meses de edad. Sus padres fueron Esteban Martínez y Francisca Lira, ambos vecinos españoles[3] de la villa de Jauja. A los 20 años, el 15 de febrero de 1807, Alejo se casó con Isabel Casas, española, hija natural de Tomasa Casas. Ofició la ceremonia el cura doctor don Javier Aguinagalde, cura y vicario de la doctrina de Jauja. Los padrinos fueron Santos Marticorena y Manuela Monge.[4]

Esteban Martínez, el padre de Alejo, falleció el 10 de marzo de 1810. En una partida de bautismo donde él aparece como padrino, se le menciona como Capitán. Esteban Martínez figura con bastante frecuencia como padrino de bautismo. En los repositorios del Bicentenario, hay dos cartas de mayo y agosto de ese año[5], que indican que Esteban Martínez habría tenido una deuda con la corona española. En esas cartas, se pide a un agente que trate de cobrar esas deudas a Alejo. 

Del matrimonio de Alejo Martínez con Isabel Casas, se sabe de tres descendientes. Rosa Viterbo Martínez Casas recibió el bautismo el 5 de septiembre de 1809. María Inés Martínez Casas fue bautizada el 18 de enero de 1811. En el libro biográfico que Humberto Ugolotti escribió sobre Alejo Martínez, el autor menciona a José Francisco Martínez como otro hijo de Alejo, probablemente nacido también en esos años.

Los libros parroquiales, además de registrar nombres de los bautizados y de los progenitores, incluyen los de los padrinos. Los padres de los bautizados buscaban padrinos o madrinas que fueran personajes importantes, pues las relaciones de compadrazgo podían tener mucho valor. Alejo Martínez figura como padrino desde 1804, cuando tenía 18 años, con cada vez mayor frecuencia hasta febrero de 1816. Su esposa Isabel también es madrina, pero no con la misma frecuencia que Alejo. Entre febrero de 1816 y diciembre de 1820, ni Alejo ni Isabel aparecen en los registros de bautismo, lo que hace suponer que habrían estado fuera de Jauja. 

Historiadores indican que Alejo Martínez estuvo presente en Jauja en los días en que el General Álvarez de Arenales, en la primera incursión del ejército libertador en la sierra del Perú, pasó por la ciudad en noviembre de 1820.[6] [7] Historias locales muchas veces repetidas relatan que Alejo Martínez participó prominentemente en apoyar a los independentistas y en la declaración de la independencia en Jauja. Lamentablemente, no se ha encontrado aún documentos que corroboren estos hechos con precisión.

En los libros parroquiales se muestra que Alejo Martínez permaneció en Jauja hasta julio de 1821, coincidiendo con la segunda expedición de Arenales y el ejército libertador en la sierra, que entraron a Jauja el 24 de mayo de 1821, luego de que las fuerzas realistas del temible Carratalá se retiraran del valle. El valle de Jauja estuvo casi dos meses en posesión total del ejército libertador. En algún momento, Alejo recibió el cargo de Abastecedor General de la división libertadora, tal como lo atestiguaría en 1822 un militar importante, como se verá líneas abajo. Arenales estableció maestranzas para suministros militares en varios lugares entre el Cerro de Pasco y Jauja. En esta ciudad la maestranza estuvo dedicada a la artillería y a la reparación de armamento.[8] 

Una vez que el virrey abandonó Lima el 6 de julio de 1821, con la intención de reorganizar al ejército realista en la sierra, hubo también movimiento en las tropas independentistas para ocupar y conservar Lima. Arenales y toda su división se dirigieron hacia la capital. El 20 de julio de 1821 empezó la evacuación de Jauja. La división de Arenales inició su marcha de madrugada, con gran consternación de muchos habitantes de Jauja, que sentían que iban a quedar abandonados y desprotegidos frente a las muy probables represalias del ejército realista. Muchos pobladores de todas las condiciones decidieron seguir al ejército como «emigrados», que es el término que en la época se aplicaba a quienes hoy llamamos «refugiados».

La fecha de esta evacuación coincide con el inicio de otra larga ausencia de Alejo Martínez de su ciudad natal. La declaración de la independencia del Perú en Lima el 28 de julio de 1821, toma al ejército de Arenales y a los emigrados probablemente en Matucana. Sumamente afectado por el difícil viaje y las múltiples deserciones, el ejército de Arenales, con mil hombres menos de los que salieron de Jauja, entró a Lima los primeros días de agosto, siendo recibidos con entusiasmo por la población. «La división medio desnuda marchó en columna hasta ocupar sus cuarteles.»[9] 

No hay aún información de lo que Alejo Martínez hizo durante el resto de 1821 y mediados de 1822, pues no queda claro cuándo Alejo Martínez dejó de ser Abastecedor General de la división de Arenales para pasar a la clase de «emigrado». Su situación como tal fue muy difícil luego de ese periodo, a juzgar por unas cartas en las que él pide, primero, que se le incorpore en el ejército que iba hacia el valle de Jauja en 1822, y luego que se le acepte en cualquier capacidad en el ejército libertador.

Información documental

Los siguientes son datos provenientes de documentos y registros, disponibles en fuentes bibliográficas y diversos repositorios de confianza en Internet, que manifiestan la participación de Alejo Martínez en la causa de la independencia y en la joven república del Perú. 

9 de enero de 1822: Alejo Martínez atestigua frente al Tribunal de Purificación en Lima, en favor del cura José Antonio González, hermano del gobernador de Jauja Coronel D. Pedro González.[10] (La Junta Eclesiástica de Purificación fue establecida en Lima por el general José de San Martín, con el objetivo de confirmar la lealtad de miembros del clero hacia la causa de la Independencia.)

26 de febrero de 1822: Torre Tagle, Supremo Delegado del Perú, «atendiendo a sus méritos y virtudes» reconoce el grado militar español de Alejo Martínez, nombrándole Capitán de Granaderos del primer batallón del Regimiento Cívico de Infantería de Jauja (HU, p.81) (Facsímile en HU, p. 22).

30 de mayo de 1822: En una carta que sugiere que Alejo Martínez requería que en Lima se reconozcan sus actividades patrióticas, solicita que se otorgue permiso a oficiales para que atestigüen sobre su patriotismo. Los siguientes son dos testimonios de miembros importantes de la campaña independentista:

  • José M. Blanco, capellán —probablemente de la división de Arenales— escribe sobre Alejo Martínez: «olvidando el cuidado de su familia todo se ha entregado a la felicidad pública. El, abandonando sus intereses, ha servido a la Patria moral y físicamente» (HU p. 29);
  • Cipriano Gómez Lizárraga, «Ayudante del Estado Mayor de la División de Operaciones sobre la Sierra, al mando del general don Juan Antonio Álvarez de Arenales», declara: «en la comisión que [Alejo Martínez] obtuvo de Abastecedor General de élla; en cuyo servicio, su actividad, celo, desinterés y buen desempeño, ha manifestado […] los deseos grandes por la libertad de su Patria, siguiendo siempre en la clase de emigrado la suerte de nuestro Ejército». (HU p. 29). Posteriormente, Lizárraga fue miembro de la plana mayor del ejército libertador en la batalla de Junín, donde murió en combate[11] .

Octubre de 1822: Pocos días después de la renuncia de José de San Martín a todos sus cargos en el gobierno del Perú, Alejo Martínez, en Lima y aparentemente sin recursos, solicita incorporarse como capitán a la expedición que iba a marchar a la sierra central. En una carta dirigida a las autoridades militares (probablemente a Tomás Guido, ministro de Guerra, amigo y confidente de San Martín), Alejo Martínez escribe: «[hace] quince meses, hube de emigrar para esta heroica ciudad de los Libres [Lima], abandonando mis hogares, esposa y tiernos hijos. Ocupada radicalmente la ciudad de Jauja, por los sátrapas de la Iberia, fueron consiguientes los destrozos ejecutados en mi casa y bienes dejando a mi pobre familia envuelta en la miseria en que [vive], al mismo tiempo que yo estoy corriendo la misma desgraciada suerte». Esta solicitud no fue atendida. Tomás Guido respondió el 30 de octubre de 1822: «A pesar de que el Gobierno está penetrado del patriotismo y padecimientos del suplicante, no es posible atender a esta solicitud, respecto a que hay un gran número de oficiales sobrantes en el Ejército.» (HU p. 37)

Marzo de 1823: Alejo Martínez, «Capitán de Granaderos del 1er Batallón del Regimiento de Cívicos de Jauja», vuelve a enviar una carta, en la que «deseando vivamente participar de sus Glorias [las de la República], solicita de nuevo de la benignidad de V.E. se sirva destinarlo en el Cuadro del Batallón de Huánuco […] en la gradación que sea del mayor agrado de V. E.»

Junio de 1823: Alejo Martínez, luego de haber estado enfermo, reitera su pedido, aparentemente ya aprobado. Es de suponer que se le reincorporó al ejército en la segunda mitad de 1823.

30 de diciembre de 1823: Alejo Martínez, Capitán de la 1ra Compañía del 2o Batallón de Tiradores de la Guardia, es enviado de Cajamarca hacia Huaraz, al frente de su compañía. (HU, p. 49)

4 de marzo de 1824: Regresa desde Huaraz a la ciudad de Cajamarca el Capitán de la 1ra Compañía del Batallón de Tiradores don Alejo Martínez. (HU, p. 53).

3 de noviembre de 1824: En Jauja, Andrés de Santa Cruz, jefe del Estado Mayor General del Ejército Unido, nombra a Alejo Martínez como Contralor del Hospital de Jauja. (HU, p. 53)

1⁰ de junio de 1825: Juan Pardo de Zela destina a Alejo Martínez como Ayudante de la Prefectura en Jauja.

19 de agosto de 1825: Capitán Comandante, don Alejo Martínez, es enviado con un piquete de soldados a la guarnición del Cerro de Pasco. (HU, p. 63)

25 de enero de 1826: Comunica que el Capitán del Ejército D. Alejo Martínez, quien fue comisionado por aquella Prefectura para recoger todo el ganado perteneciente al Estado, le ha remitido las dos relaciones que acompaña. Jauja. Domingo Tristán.[12] 

1832: Alejo Martínez es el Comandante del Batallón de Infantería del regimiento cívico de Jauja.[13] 

30 de enero de 1833: Se le confiere la clase de teniente coronel y se le nombra comandante del cuerpo al que pertenecía, en virtud de un honroso informe: «el capitán de granaderos recurrente se ha hecho acreedor no solo al grado de teniente coronel cívico que justamente solicita, sino aún a la coronelía, en atención a ser el más antiguo de su grado, a las distinguidas buenas cualidades que lo adornan, a los servicios prestados a la República así en lo militar como en lo político; pues en lo relativo a lo primero, sirvió con el mayor honor de capitán en el Ejército Libertador, en los tiempos más críticos de la guerra de la Independencia y por lo relativo a lo segundo, después de retirado, prestó sus servicios con toda delicadeza en el destino de gobernador». (HU, p.82)

11 de diciembre de 1841. Se concede a Alejo Martínez el derecho de pontazgo del puente de Llocllapampa, por un periodo de 15 años.[14] 

1841-1842. El capitán Alejo Martínez es gobernador del Distrito de Jauja, provincia de Jauja, departamento de Junín[15].

26 de septiembre de 1853: Alejo Martínez, coronel de la Guardia Nacional de Jauja, solicita se nombre un instructor por la cantidad de compañías que tiene[16] .

16 de marzo de 1855: En el proceso de abolición de la esclavitud, el gobierno nombró a Alejo Martínez y a Juan Pablo Iriarte, como los dos miembros de la comisión para repartir cartas de libertad (manumisión de esclavos) en Jauja.[17] 

Años finales

Alejo Martínez continuó siendo un personaje importante en Jauja, a juzgar por los numerosos registros bautismales en los que aparece como padrino. Entre 1851 y 1860, hay por lo menos unos sesenta de esos padrinazgos, incluyendo a ahijados de muchos pueblos dependientes de la parroquia de Jauja. 

En la partida de matrimonio de Juan C. Mesa con Gregoria Martínez, en 1859, Alejo Martínez y su hija Rosa Martínez figuran como testigos. Gregoria era nieta de Alejo y ahijada de bautismo de Rosa.

El último registro parroquial donde aparece Alejo Martínez, es el de su sepultura, en Jauja, el 27 de junio de 1863: «murió con enfermedad natural, como de ochenta años de edad». Tenía, en realidad, 77 años.

Salvo los años de las guerras independentistas, Alejo Martínez Lira vivió toda su vida en Jauja.


Domingo Martínez Castilla
Jauja, 18 de agosto del 2025

29 abril 2025

La tunantada como asunto personal

Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta

«Fiesta»
Joan Manuel Serrat, 1970

Nota previa

En todo el mundo y en todos los tiempos, los seres humanos organizamos fiestas, rituales, ceremonias, danzas: ocasiones que cumplen muchas funciones importantes en la cimentación de la vida misma de cada colectividad, cada familia, y cada individuo. Estas manifestaciones culturales van desde lo sumamente serio y regulado hasta lo extremadamente caótico, y son ocasiones esperadas para las que las comunidades se organizan por lo general sin otro interés que la celebración misma. Este artículo, repetidamente reciclado, se refiere a la Tunantada de la provincia de Jauja, en el corazón geográfico e histórico del Perú. Quien lee esto podrá encontrar múltiples y a veces contradictorias descripciones de lo que es la tunantada. Creo que todo eso es un síntoma positivo de la vitalidad y relevancia de esta fiesta peculiar. (¿Quién tiene la razón? No lo sé. Sólo soy un danzante.)

Acerca de este reciclado texto

En la fiesta jaujina de la tunantada, he bailado como chuto durante muchos años, a veces con largas ausencias. Los peruanos han sido, en los últimos años, testigos del crecimiento exponencial de la popularidad de esta fiesta jaujina. Hoy se anuncia en diarios, televisión, radio y en los innumerables medios sociales de Internet. Es ahora una fiesta ampliamente difundida, y hay notables esfuerzos para hacerla conocer en otras partes del mundo.

Luego de varios años de ausencia, regresé a danzar en la fiesta en enero del año 2000, que sería para mí muy memorable: mi querida hermana Maruja Martínez iba a venir a Jauja conmigo, pero no pudo hacerlo, pues ya empezaba a hacerse presente la enfermedad que se la llevaría en agosto de ese año. Recordando ese retorno a la tunantada, en el año 2007 escribí la primera versión de este texto. Más tarde, creo que en el 2013, la escritora argentina Luisa Valenzuela, cuya generosa casa en el Bajo Belgrano es un pequeño museo de máscaras de todo el mundo, me pidió un texto sobre mi experiencia como danzante, como máscara. Parte de este texto aparece en su libro  Diario de máscaras (Buenos Aires, 2014).

Esta crónica es una tercera versión del mismo texto: edición corregida, aumentada y remezclada. Va dedicada a la Asociación de Tunantes Centro Jauja «Erasmo Suárez Zambrano», reconocida institución pionera de esta fiesta singular, a la cual pertenezco hace casi medio siglo, y a cuyos miembros agradezco siempre el permitirme ser parte de su cuadrilla.

Jauja, 29 de abril del 2025


La tunantada como asunto personal

El veinte de enero, miles de personas convergen en la vieja ciudad donde crecí. Es la fiesta del veinte de enero, o simplemente «el veinte». Vimos la fiesta de niños, entre curiosos y asustados ante las máscaras imperturbables de los distantes españoles y wankitas, rostros amables pero congelados en la malla rosada de metal; y  retábamos a las máscaras incomprensibles de los chutos, rostros de cuero blando de rojos labios abultados, ojos de vidrio y barbas de chivo,  una suerte de diseño infantil hecho sin mucha convicción. Veíamos chutos, españoles, wankas, sin pensar que cada danzante era un hombre (todos eran hombres), quizá un vecino, un maestro, un campesino o un artesano.

De adolescentes, también vimos y fuimos a la fiesta, buscando chicas y alcohol, estando literalmente sueltos en plaza improvisando lo que creíamos era la vida. Ya sabíamos que los danzantes eran vecinos, parientes, de este barrio y del otro, pero las hormonas andaban haciendo lo suyo, dominando cualquier idea de cultura local, de tradición, de danza.  

Luego, casi sin saberlo, nos fuimos haciendo danzantes: plan de joda mientras no se danzaba, pero el llamado del arpa nos ponía a todos en vereda. ¡Chuto, abre campo!, ordenaba don Erasmo, para que se luzcan wankitas y españoles. 

La fiesta estaba ahí. La fiesta está aquí. Cada año el festejo es parecido al del enero anterior, pero siempre es distinto. El veinte llega preñado de preguntas, de expectativas, de angustias, de diversión y de fatiga. 

Nuestro mundo tunantero se llena de danzas y de bordados nuevos y antiguos, de arpas, violines y clarinetes e interminables saxofones. Como en todas las fiestas populares, las reglas sociales se relajan, y de ahí proviene su necesidad y su atracción: se permite mucho en la plaza; se bebe más, se enamora, se coquetea.  Y se danza.

El caos que observa el espectador nuevo, es, en realidad, el resultado de un complejo sistema logístico basado en reciprocidad, competencia —en ambos sentidos de la palabra— y un enorme cariño que se traduce en responsabilidad personal y de grupo.  El caos festivo de la plaza se genera en una organización de tareas y una división de trabajo que involucra a mucha más gente que la que se ve danzando. 

Quienes nos unimos a la fiesta como danzantes, organizadores, socios y auspiciadores, lo hacemos por razones personales que no necesariamente se comparten. Ni siquiera se preguntan. Muchos no vivimos en Jauja y algunos venimos desde muy lejos, como aves migratorias que, llegando enero, empezamos a sentir la urgencia de estar en Jauja, de escuchar el arpa (gracias, Melecio Munguía: ahora bailo al compás del recuerdo de tu arpa), de sentir ese temblor que nos sacude el alma cuando oímos por primera vez el ritmo exacto del tono de la tunantada de este año.

Los danzantes de la tunantada no mostramos el rostro, y bailamos anónimos y exigentes, felices de que se nos juzgue sólo por nuestra danza y nuestro atuendo. Cuando danzamos, el público en los toldos —palcos de madera erigidos para la fiesta— y en la plaza presta atención a la danza de cada personaje, a los pies del chuto, al recio zapateo del español, a los delicados pasos de la wankita, a las amplias y suaves evoluciones de la jaujina. Cada espectador es juez y parte. Y el premio es el gesto de aprobación y el breve aplauso.

Foto de wanka vistiéndose
Don Alfredo Cóndor Vilca, enfermero de profesión
y danzante del Centro Jauja (1979),
 
¿Por qué bailaba el chuto sordomudo?  Todos los días del año recorría las calles de Jauja vendiendo los diarios apenas llegaban de Lima, mañana y tarde. En las fiestas era un chuto al que hacía falta avisarle cuando empezaba la música, pero cuando danzaba seguía el ritmo con los ojos, y nadie sabía que detrás de la máscara estaba  el canillita sordomudo.

¿Por qué danzaba el enfermero? La esposa le ayudaba a vestirse con las polleras de wankita, asegurándose que todo estuviera en su sitio, que se lucieran los nuevos bordados del año y que las monedas de plata estuvieran bien cosidas a la pechera, los pañuelos en su sitio, la peluca impecable.

¿Por qué danzaba el dentista? Menudo, delgado, era un chuto de baile preciso sin llegar a enérgico. La talla pequeña le obligaba a una danza casi perfecta.

¿Por qué danza la abogada? ¿Y el ingeniero que viene de Europa? ¿Y maestros, agricultores, catedráticos, poetas, zapateros, orfebres, panaderos…?

¿Por qué danzamos?  

Esa pregunta no se hace. Es un asunto personal. Es nuestra más sagrada frivolidad, y debe permanecer en el misterio.

Domingo Martínez Castilla
Cullucara del Centro Jauja

26 de diciembre del 2018

Don Erasmo Suárez y parte de la cuadrilla de «Centro Jauja», 1979

Dos fuentes de información: