A mediados de 1993, Maruja Martínez Castilla —hermana queridísima— me dio como regalo un libro gordo, de más de 500 páginas, con el ambiguo título de País de Jauja, de Edgardo Rivera Martínez, que había sido publicado por el propio autor en mayo de ese año. Este mes de mayo del 2023 se cumplen, pues, 30 años de País de Jauja.
Además de la duradera impronta que sigue produciendo el libro en el mundo literario, causó también gran impacto en mi familia. Mis hermanas Maruja y Betty, encantadas por el libro, desarrollaron una inmediata amistad con Edgardo, luego de asistir a las presentaciones del mismo en ambientes tanto literarios como jaujinos.Es necesario decir que, a la sazón, yo no conocía personalmente al narrador, si bien, como jaujino, había leído creo que dos de sus libros de cuentos. Por esas cosas que tiene la vida, conocí personalmente a Edgardo en 1994 y, en mayo de 1995, el escritor se casó con mi hermana Betty y nos convertimos en parientes políticos, y desarrollamos una cercana amistad que duró todo el resto de su fructífera vida, lo que me impediría comentar «objetivamente» sus libros. Pero como esta reseña es anterior a nuestra amistad, creo que se me aceptará reciclarla acá como mi pequeño homenaje al hombre y a su obra.
La reseña que se reproduce más abajo fue escrita en noviembre de 1993, y fue distribuida en algunas listas de correo electrónico (por ejemplo, la lista «peru @ cs.sfsu.edu», que tenía unos 400 subscriptores), y en grupos de Usenet, incluyendo al entonces flamante soc.culture.peru (los lectores más jóvenes tienen todo el derecho de no saber en qué consistían estos servicios de difusión; baste decir que la World Wide Web era poco más que un embrión, que empezaría su crecimiento explosivo precisamente en noviembre de 1993).
Domingo Martínez Castilla
Barranco, mayo del 2023
Reseña No. 5: Literatura peruana
Autor: Edgardo Rivera Martínez
Titulo: País de Jauja. Novela. 515 pp.
Editorial: La Voz Ediciones
Fecha: Mayo, 1993
Dirección: Salvador Dalí 201
San Borja, Lima, Perú
Hace mucho tiempo que no leía un libro que me absorbiera de la forma en que País de Jauja lo ha hecho. Creo que desde la adolescencia, cuando un buen libro podía separarme del mundo por el tiempo que fuera necesario para terminarlo y saborearlo. Pero en este caso hay circunstancias especiales, que mencionaré después de las introducciones de rigor.
Edgardo Rivera Martínez es un buen escritor peruano, conocido como autor de cuentos. Hace unos diez años ganó el concurso anual del "Cuento de las mil palabras", organizado por la revista peruana Caretas. Antes de eso, se le conocía por sus primeros libros de cuentos (Azurita, 1978), y después Casa de Jauja y Ángel de Ocongate (ambos en 1986). Cada libro suyo fue atrayendo más la atención de la crítica, y Ángel de Ocongate ya se recibía como una entrega de un narrador consagrado.
La temática de Rivera es varia, pero el tema de la Sierra y del mestizaje cultural han estado siempre presentes. Y en este libro adquieren un carácter especial, un lugar central.
Antes de mandarme la parte, debo mencionar que País de Jauja ha sido recibido y percibido por la crítica como lo que se suele denominar un "libro mayor", en el que el escritor se ha soltado a poner en el papel una parte muy importante e integral de su experiencia vital. Muchos novelistas (y Rivera con este libro se convierte en uno) tienen ese libro que marca claramente una decisión de enfrentar la tarea de presentarle al mundo cómo se hace el escritor, qué combinación única de fuerzas, experiencias, tradiciones e inquietudes han convertido al individuo en ese animal tan especial que es el narrador. Hay algo casi mágico en el hecho de que el lector se interese por esa vida que está leyendo, y que encuentre aquí y allá escenas o caracteres familiares, queridos y temidos, envidiados y odiados.
El libro
El libro cuenta la vida y experiencias de Claudio, un adolescente de quince o dieciséis años, entre el 19 de diciembre de 1946, y el primero de abril de 1947, que es (o lo era entonces) el periodo de vacaciones escolares en el Perú. Jauja es la ciudad, en el centro-centro del Perú, al norte del valle del Mantaro, el más productivo y, por ende, más densamente poblado de la sierra del Perú. Esta vieja ciudad, entonces de unos 12,000 habitantes, ha servido de hospedaje a prácticamente toda la historia del Perú, desde Huayna Cápac hasta esta década de violencia. Pero la historia del Perú nunca hizo a Jauja protagonista por periodos largos, lo que quizá le permitió una personalidad propia. Jaujas existen, sin duda, en toda América Latina, pero se escribe poco sobre ellas: no hay grandes tragedias, no hay grandes batallas, no hay tampoco esas personalidades difíciles que se apropian de los libros de historia.
En esa ciudad, Claudio, proyecto de escritor y de músico, crece en una familia en la que se combinan con bastante naturalidad tradiciones prehispánicas y epopeyas homéricas (La Ilíada es semi-protagonista de la novela), Mozart y mulizas, huaynos y fugas de Bach. El conflicto entre los mundos andino y europeo, tan palpable y de difícil y elusiva solución en Los perros hambrientos de Alegría, y en la Andahuaylas de Arguedas (en especial Los ríos profundos y Todas las sangres), se resuelve en esta novela con una alegría refrescante. Arguedas mismo notaba ese carácter en Jauja: mezcla no totalmente libre de conflictos históricos pero tampoco traumatizada por ellos.
Rivera subraya la solución más que el conflicto, y lo hace con buena pluma y excelente sentido del humor. Claudio se hace hombre en esos meses cruciales, y lo hace descubriendo secretos familiares que poco a poco se constituyen en otra novela dentro de la narración principal. La trágica soltería de dos ancianas tías suyas, que crecieron en una hacienda entre sillas vienesas y pianos alemanes a 4,000 metros de altura y en el medio de la puna, lo lleva a repasar la historia familiar. Los descubrimientos familiares del joven escritor-historiador se intercalan en el texto con los descubrimientos personales del adolescente: el amor juvenil, una secta naturista, la obsesión con la belleza cosmopolita de una paciente del entonces famoso sanatorio para tuberculosos, los personajes que de todo el mundo venían a buscar el limpio aire jaujino, el sexo, la música folklórica, Beethoven, el piano, Chopin. Todo eso teje una historia entretenida y fácil de seguir, a pesar de los múltiples protagonistas.
Estilísticamente (como si el que esto escribe supiera mucho del asunto), la novedad es el intercalamiento de trozos relativamente pequeños del diario de Claudio, con narraciones largas en segunda persona y de un sólo párrafo de unas tres a cinco páginas cada uno, fáciles de leer a pesar de su extensión, y no muy comunes en la literatura. La novela empieza así: "Ya estabas de vacaciones, en esos meses de lluvia pero también de días claros, en que podrías hacer lo que te viniese en gana". Y termina en el mismo tono optimista: "Brilla el sol y el aire es límpido, clarísimo."
Para quienes hemos pensado y nos hemos visto angustiados por no saber cómo evaluar el quinto centenario, la novela de Rivera nos da una perspectiva distinta, casi no tocada en todas las discusiones históricas y académicas llenas de juicios de valor sobre el encuentro de Europa y América. El mestizaje es una posibilidad válida, por lo menos en los casos en que se dan las condiciones para su desarrollo fructífero. No quiero decir con esto que el optimismo de Rivera sea fácilmente trasplantable a lugares donde las heridas todavía están sangrando, sino sólo que es posible un mestizaje feliz.
Después de leer los libros extraordinarios, pero durísimos, de Miguel Gutiérrez (La violencia del tiempo es su obra magna), en los que otro protagonista joven, cachorro de escritor, descubre el mestizaje como producto de violación y sojuzgamiento, este libro de Rivera permite cerrar los ojos al final de su lectura, y sonreír, casi seráficamente, esperando un futuro mejor. Gracias, Edgardo Rivera.
Notas personales: O cómo este lector leyó este libro.
La lectura de País de Jauja para mí, Domingo Martínez, se convirtió en una experiencia personal, donde no tuve que imaginar lugares donde nunca he estado ni jamás voy a estar, en los que la acción transcurre en ciudades donde la arquitectura y el paisaje dependen más de la imaginación del lector que de la descripción del narrador. Simplemente soy jaujino. Crecí en la misma ciudad que Claudio, el cachorro de escritor y sin duda alter ego de Rivera Martínez (en Jauja hay muchos Martínez, y probablemente hasta pariente mío es, pero no lo conozco personalmente), y si bien mi experiencia es unos 20 años posterior a la de Claudio, el protagonista, es una vivencia muy especial ver, en un libro tan bien escrito, las calles y paisajes que uno conoce y quiere y que le devuelven a uno esa sensación de pertenencia que no se logra fácilmente en otras partes; acerca de la gente que habla con giros idiomáticos que son tan familiares y únicos; y acerca de individuos que uno ha conocido y con quienes ha hablado más de una vez. Muchos de los personajes que caracterizan a Jauja (y que todas las ciudades pequeñas tienen) aparecen en la novela, algunos con sus propios nombres y otros con nombres cambiados (si bien en más de una oportunidad al escritor se le ha escapado el nombre verdadero), pero igualmente reconocibles. ¿Cómo se puede comentar un libro de esa clase? Si bien no creo que la elusiva objetividad sea fácil de conseguir en cualquier circunstancia, en ésta ni siquiera pretendo tenerla.
Domingo Martínez Castilla
Columbia, noviembre de 1993
El post original distribuido en soc.culture.peru se puede ver en los archivos de Usenet. En esa época, los acentos no eran aceptados por muchos programas, hoy apps, de correo y de mensajes.
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